
21 Oct CRECER SIN MIEDO
Tenemos dos hemisferios cerebrales, el izquierdo es más racional y el derecho es más intuitivo. Y precisamente es en el hemisferio derecho donde se nos quedan grabadas las escenas traumáticas que vivimos. Es más, si te pones a recordar en este momento, alguna situación dramática que has vivido, lo más seguro es que recuerdes algunas de esas escenas en forma de imagen.
En la mayoría de los casos los miedos crecen en la parte derecha del cerebro y viven en el hemisferio más intuitivo y visual en forma de imágenes y sensaciones. Cuando no somos capaces de procesar ese miedo, éste aparece en nuestra mente en forma de impulsos continuos de las imágenes que nos han ocasionado el trauma.
Hay que ser muy precavidos con el miedo que puede albergar un niño en su mente. Porque no siempre es capaz de procesarlo y puede llegar a tener “miedo irracional”.
Hay situaciones que se le presentarán en la vida que nosotros no podremos pararlas y nuestra forma de ayudar al niño a procesar ese susto será hablando sobre lo ocurrido, para ir diluyendo esas impresiones sufridas y que poco a poco el cerebro del niño las vaya procesando. Ya que si no hacemos nada, no se habla de la situación, el miedo se enquistará en forma de ímagenes violentas y traumáticas, desarrollando por tanto un miedo irracional en el niño. Hablar con nuestro hijo o alumno de lo que ha visto o de lo que ha sentido ayudará a procesar la situación vivida.
Hablar sobre el hecho que nos ha ocasionado miedo, hace que al contarlo vayamos describiendo las escenas vividas. Es decir, al hablar, activamos nuestro hemisferio izquierdo, que es el que se encarga de contar lo sucedido y se comunica con el hemisferio derecho que es el encargado de nutrirnos de nuestra traumática vivencia en forma de imágenes. De esta forma tan sencilla estaremos ayudando a que la parte verbal y lógica del cerebro del niño, ayude a procesar la parte visual y emotiva, llena de sensaciones que ha sufrido el niño, supere la nefasta experiencia. Es probable que el niño con el paso de los años siga recordando lo sucedido, pero no lo vivirá con esa angustia. Su cerebro lo habrá integrado como una experiencia desagradable.
Al hablar sobre el tema que le preocupa a nuestro hijo o alumno, no debemos dirigirnos a él quitándole importancia al asunto, sino debemos ayudarlo a integrarlo. En primer lugar se requiere de paciencia, aunque tú estés asustado como él, o incluso enfadado, tú debes de tener serenidad y paciencia, porque puede que esté llorando y tarde en calmarse. Expresiones de :”Ya está, no pasa nada, no llores, ya….ya…venga no ha pasado nada”, no ayudan en absoluto a procesar el miedo o el trauma. Algunos padres o profesores siguen pensando que “lo que no mata te hace más fuerte”, eso es un grave error, sino queremos que nuestro pequeño crezca con enquistamientos emocionales.
Como he dicho anteriormente hay situaciones que nosotros no podemos controlar, pero otras las podemos controlar los adultos, pues en ocasiones las propiciamos nosotros mismos.
Con mis alumnos siempre tengo altas dosis de paciencia, pero evidentemente, hay situaciones que me superan o al menos tratan de superarme. Como adultos tratar de que una situación no te supere y lo lleves a buen término es primordial, sobre todo si estás en contacto con niños. Los niños son personas increíbles que tienen una capacidad enorme de sacarte de tus casillas en numerosas ocasiones y en décimas de segundo. Para un maestro, un niño que no estudie y que esa conducta sea reiterada, es desesperante. En una ocasión, vino a clase un alumno de 8 años, tras las vacaciones de Navidad supuse que las canciones que le había mandado estudiar, las cuales estaban explicadas, solfeadas y trabajadas en clase, estarían medianamente bien. Cuando se puso a tocar, cuál fue mi sorpresa que no sabía leer ni la partitura, lo tocaba todo en otra cuerda, concretamente una quinta más grave de lo escrito. Cuando vi lo que pasaba, le dije que parase de tocar. En ese momento mi cabeza explotaba por dentro, me quedé en silencio. No hice ningún gesto de estar enfadada, ni de la frustración que sentía al ver que esos días de vacaciones habían sido una pérdida absoluta de tiempo, en lo que al estudio del violín se refiere. Me levanté del taburete lentamente, como cuando estás a puntito de estallar y pegar la gran bronca, con la magnífica charla moral que en ocasiones nos gusta dar a los adultos. Tenía unos libros en las manos, me giré para dejar los libros sobre mi mesa, dándole la espalda. Era mi momento de mayor explosión, el momento decisivo, entre el grito y la paciencia. Dejé con sumo cuidado los libros sobre la mesa, pese a que lo que más me podía apetecer era tirarlos sobre ella con violencia. El alumno seguía quieto y en silencio esperando mi reacción. Yo seguía de espaldas al él, por lo que no veía mi semblante. Apreté los ojos y los dientes. Y tomé la decisión de girarme nuevamente, sonreírle con cariño y decirle con suavidad y muy tranquilamente, vamos a mirar bien la partitura y ver que notas son para luego medirlas y tocarlas. El niño tranquilamente se volvió a colocar el violín, le ayudé a resolver sus dudas y entre los dos conseguimos hacerlo bien.
¿Qué hubiese pasado si al volverme a girar, le hubiese reñido, chillado o simplemente le hubiese soltado un sermón moralista sobre el estudio? que el pequeño se hubiese puesto a llorar, se hubiese frustrado y si mi conducta se hubiese alargado en el tiempo, el niño por mi comportamiento hubiese dejado la música y odiado incluso el violín. ¿Cuántos niños han dejado el conservatorio porque no han tenido un profesor con paciencia y empatía?.
La historia no termina ahí, pues una vez que el niño se dirigió a su mesa a guardar el violín y sus partituras, vi cómo en una de ellas escribía una frase. Escudriñando su letra desde mi taburete, pude leer: “Helena eres la mejor profesora del mundo, te quiero mucho”. Se me cayó el alma a los pies. Aprendí que enseñar con cariño es más eficaz que inculcar miedo, temor al fracaso o cualquier otra treta que los adultos en ocasiones utilizamos para que nuestros hijos o alumnos estudien. Tomar la decisión correcta en un momento de enfado es complicado, hay que tener un gran dominio de nuestras emociones y poner por encima los sentimientos de nuestros pequeños a los nuestros. El premio es más gratificante y enriquecedor para todos.
Para crecer sin miedo es necesario grandes dosis de paciencia y empatía.
Es importante ser cariñoso, cálido y muy cercano a la hora de hablar sobre lo que al niño le produce miedo, vergüenza o susto. El niño debe sentir que le entendemos, y que comprendemos su angustia y hacerlo sin dramatizar, porque él sentirá que nos reímos de él, si lo hacemos y eso no le ayudará a procesar, sino todo lo contrario, sentirá que no es comprendido y que es un cobarde por tener miedo. O sentirá ira, por sentirse frustrado. Debemos escuchar con empatía y preguntarle cómo se sintió en ese momento que lo vivió y cómo se siente ahora, dejar que llore si es necesario y acariciarlo, abrazarlo si es necesario, que él sienta afecto y comprensión por nuestra parte. Puedo asegurarte que cuando un niño está triste o asustado lo que más le ayuda es hablar de ello con una persona que lo comprenda. Alguien que trate de quitarle hierro al asunto desde el primer momento, no le servirá. Antes el niño, deberá procesar lo ocurrido, hasta que él mismo convenza a su cerebro.
Podemos incluso explicarle que los adultos también nos sentimos cómo él. También sentimos miedo o hay situaciones que nos asustan. Debemos de ayudar a nuestros pequeños a conectar los dos hemisferios del cerebro para que procesen sus miedos y angustias.