¿Por qué a mi hijo si le gusta su instrumento no practica?

Esta es una de las preguntas más formuladas por los padres. No llegan a comprender que el hecho de “gustar” no está reñido con el “apetecer siempre”. Son dos acciones diferentes y durante la pre-adolescencia se acucia mucho más. Hasta el hecho de sacar el instrumento les cuesta, podemos proponerles que lo dejen preparado, por regla general un violín de estudio no tiene la necesidad de cuidado, que un violín de veinte mil euros, así que les podemos dejar un poco de manga ancha en este terreno. Es una época de impaciencia y de experimentar otros campos. Incluso el de su propio instrumento. El hecho de que se pongan a tocar otra cosa que no sea lo que deben estudiar, a los padres nos parece una pérdida de tiempo. En ocasiones, no experimentan ni con su propio instrumento sino con otro, porque de esa forma no sienten la presión del estudio y por el contrario sienten que se relajan, porque nadie los examina. Pero ninguna de estas acciones significa que no les guste su instrumento o prefieran otro, simplemente se están relajando o explorando otros ámbitos. por regla general a las personas que les gusta tocar un instrumento, les gusta probar con muchos, porque en definitiva buscamos hacer música con todo lo que caen en nuestras manos, luego su timbre, su forma, de tacto, su color sonoro, nos hará decantarnos por uno o por otro, o por varios.

La práctica de un instrumento no deja de ser algo rutinario y los jóvenes se dan cuenta de ello a las pocas semanas de comenzar a tocar y practicar con su instrumento. Igual que  los niños sienten una gran ilusión al principio y poco a poco la van perdiendo como lo hacen con cualquier regalo de los Reyes Magos o Papá Noel. En definitiva, con todo aquello que sea rutinario, la emoción y la ilusión se va perdiendo. Imaginemos que tenemos un coche nuevo, los primeros viajes serán fabulosos y motivadores, pero cuando llevemos seis meses haciendo el mismo recorrido angosto, lleno de tráfico y largas esperas, nuestra ilusión se convertirá en rutina y se debilitará. ¿Significa eso que no queramos conducir más o no nos guste nuestro coche? No tiene por qué. Pues eso mismo les ocurre a nuestros hijos. En el apartado ¿Por qué actúa así nuestro adolescente? Veíamos que la parte frontal del cerebro, la llamada corteza prefrontal, es una de las últimas regiones del cerebro en madurar y precisamente es esta el área responsable de que nuestros hijos sean capaces de planificarse y establecer las prioridades, así como de controlar sus impulsos. Por lo tanto, dejemos que experimente con su instrumento de vez en cuando, que no sienta que siempre que coja el instrumento, es para estudiar. Por mucho que le guste tocar si el sentimiento de la responsabilidad es constante, la ilusión y las ganas se perderán antes. Pero siempre podemos tener en la recámara alguna pieza o canción que no sea complicada y puedan tocar por gusto y placer, que sientan que es tan sencilla pero a la vez tan bonita que se sientan satisfechos. No siempre es necesario estudiar. Al igual que a nosotros no siempre nos apetece algo, a ellos les pasa lo mismo. Lo que ocurre que como adultos responsables lo hacemos, pero recordemos que ellos están en formación, así que no les pidamos que sean responsables cuando todavía su cerebro no ha madurado. Lo que sí podemos hacer como padres es echar mano de los diferentes recursos que tengamos. Quizá el sueño de todo padre sea que su hijo se ponga a hacer los deberes, a estudiar y a practicar por iniciativa propia, pero la realidad es, por regla general bien diferente. Ahora que conocemos cómo piensa y siente nuestro hijo es más fácil echar mano de esos recursos. Cada hijo es diferente y por tanto a cada uno le gustarán cosas diferentes. Vosotros como padres sabréis buscar cómo motivarlos. Con esto no estoy diciendo que usemos la amenaza o el chantaje. Todas las frases que empiecen por el condicional “si”debemos obviarlas. Recordad el apartado de los refuerzos y las recompensas del Libro I de La Emoción de Ser Padres. El procedimiento es el mismo, tan solo cambian las recompensas y no olvidéis que con la recompensa emocional aprenden más. Seamos muy cuidadosos con nuestras manifestaciones de aprobación, ya que en ocasiones imprimen cierto disgusto, insatisfacción, obligación y culpa, sobre todo porque ellos tienen la sensibilidad a flor de piel.

  • Evitar los refuerzos que expresen insatisfacción: “Sí, ya veo que has practicado, pero no lo que debías, ni cómo lo debías hacer”. No os preocupéis tanto por lo que toque, tiene toda la vida para practicar. Estudiar un instrumento nada tiene que ver con llegar a ser un profesional en un futuro. No perdáis el objetivo, estudian un instrumento porque es fabuloso para su cerebro, es el nutriente perfecto, un fundamento. No es un simple gusto o preparación para una posible carrera musical. Alguno se puede molestar en este punto, pero he visto a lo largo de mi vida profesional muchos niños y jóvenes que abandonan la música por la pretensión y la presión de sus profesores y padres.
  • Evitar refuerzos que expresen culpa: “tú verás lo que haces, pero así no vas a conseguir tu objetivo, ni vas a aprobar, ni te va a salir bien el día del ensayo o clase”. A esas edades lo que debemos hacer es inculcarles el gusto y la necesidad. Que “tocar” se vuelva una necesidad porque se sienten a gusto haciendo música, su tabla de salvación. A nadie le gusta practicar estudios tediosos o escalas, y tocar un instrumento lleva mucho de eso. Es más importante que cumplan el objetivo de ser felices con la música, que el objetivo de saberse la lección. Una cosa llevará a la otra sin darnos cuenta. Si son felices cada vez que cogen el instrumento y tocan obras o canciones que los motiven, ellos mismos se darán cuenta de que necesitan aprender más para poder hacer frente a ese pasaje que se le resiste en la canción o melodía que le gusta y apetece tocar. Recordar que el verbo “apetecer” está considerablemente implantado en su cerebro adolescente.
  • Evitar refuerzos que expresen obligación: “Muy bien, lo has conseguido, ojalá mañana te salga así de bien y toques igual que hoy”. Cada día es diferente y no podemos pretender que las cosas nos salgan igual. Es mejor que les expliquemos cómo funciona su cerebro, bueno, el de él y el de cualquier persona, pero personalizarlo ayudará a que se ponga en modo “me interesa”. Expliquémosle que hoy ha hecho un gran trabajo y que mañana podría continuarlo para llegar a la excelencia. Esa palabra les encanta, aún más que la de “perfección”. Porque la palabra perfección lleva explícita horas y horas de arduo trabajo y repetición, mientras que la palabra “excelencia” es un estado y no una acción. Al cerebro adolescente los verbos que expresen acción en lo referente al estudio, les cansa y les aburre. No pasa lo mismo si la acción forma parte de la diversión. Tratemos de facilitarles el trabajo, no les pongamos más losas a nuestros jóvenes. No se van a hacer más fuertes porque les contemos la crudeza de una realidad que hemos implantado en nuestro cerebro paretal, la vida da muchas vueltas y aunque nuestra responsabilidad sea prepararlos para la vida y no podemos dejar que hagan lo que les apetezca, sí podemos convertir su vida en algo fabuloso e ilusionarte o un camino lleno de obstáculos. Para un adolescente, sentir que el mundo le pone trabas es desconcertante y angustioso, pero si encima su propia familia no le favorece el camino y se lo hace más complicado, entonces se siente molesto, injustamente tratado y es donde comienzan los problemas de verdad. El niño, el joven y el adulto necesita cariño, amor y comprensión para seguir realizándose, esos tres nutrientes son nuestra fuerte de vida. Animémosles entonces, facilitando el terreno. Escucharlos mientras practican, para algunos jóvenes es importante. La soledad de su cuarto es muy atractiva para desconcentrarse fácilmente, mientras que tocar para alguien les hace que se esfuercen en cada repetición, pues se saben escuchados, entendidos y valorados.

Cuidemos nuestro lenguaje, ya que las frases que usábamos cuando eran pequeños, ya no les llega emocionalmente. Tratémosle como ese adulto que quiere ser, pero con el cuidado y sensibilidad del adolescente que es.



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